lunes, mayo 19, 2008

Carta a Mariano

Lo malo que tiene este barrio es que los mejores jardines están enrejados, con guardias, paredones o perros. De ellos no se pueden cortar flores y eso no me gusta. Hoy salí, junto con la lluvia a mezclarme con el olor a tierra mojada y solo pude quedarme con una chiquita, blanca, que estaba en una esquina, rodeada de grandes plantas, pero sin quitarle distinción.

Cuando volví a casa decidí regalártela a vos, en agradecimiento por el caramelo que me diste antes de viajar, y las tres canciones que me cantaste al anochecer. Como no quería molestarte, ni que te des cuenta, te la escondí entre el pelo. ¿Revisaste? Se que sentiste nada mientras la ocultaba, soy muy sigiloso en lo que a esconder cosas se trata. En el poco pelo que me queda suelen perderse de todo, tenes que mover mucho la cabeza para que caiga todo lo que ahí se refugia. Capaz que caen cosas que te han dejado otros, mientras vos mirabas al cielo, siempre sonriente, cosa que nadie se animaría a interrumpir.

¿Y? ¿La encontraste? No te preocupes, ya se va a decidir a salir. ¡O quizá cuando te peines! es que son tan lindos los rulos, que esconden flores y no quieren peines, flores y muchas otras cosas. Si... Yo he llegado a sacar grandes cosas de entre mis pelos: Ramas y hojas son lo más usual, alguna vez un repollo, una bicicleta, un sueño ajeno, algunos globos y alguna vez se hizo un nido. Pero lo más interesante fue cuando descubrí que se asomaba un Hombre con bastón y bombín. Era alto, o por lo menos parecía, ya que no le podía ver las piernas, cara flaca, bigote, cachetes hundidos, ojos oscuros y palabras de diccionario viejo. En el primer instante frente al espejo nos dio miedo, nos miramos fijo a los ojos, pero sin palabras nos dimos la mano. Los primeros días me dolía bastante el cuello y las rodillas, pero entre las pocas conversaciones que tuvimos, me confesó su terrible miedo a las alturas y, por lo tanto, su imposibilidad de saltar.

Con el tiempo y la perpetua compañía, fuimos tomándonos confianza. Ahora sabíamos nuestros nombres, apellidos, historias y deseos. Me contó de sus viajes en grandes barcos y pequeños sueños. Sus estudios como medico, y la poca experiencia respecto al amor. Igualmente sobre lo que más le gustaba hablar siempre era de política. A pesar de que el era, se podría decir, de otra época, me escuchaba muy seriamente. Largas conversaciones a base de te y libros llenos de anotaciones alimentaban nuestra amistad por las tardes, cerca de la ventana que da al jardín. El se decía defensor de los preceptos del honorable Partido Autónomo Nacional y eso hacia muy buena combinación con su vestimenta. Yo no me proclamaba, ni ahora lo hago, por ninguna fuerza más que mis propias ideas. Igualmente discutíamos y chocaban nuestros ideales en cada esquina al tocar temas como las huelgas, los asentamientos de la periferia y los zapatos mal lustrados.

Una mañana, más temprano de lo habitual nos encontró camino a la biblioteca. Una discrepancia con respecto a los ideales del marxismo nos obligo a madrugar para consultar con las fuentes. El sol calentaba a pesar de estar en un avanzado otoño. Las hojas crujían bajo mis pies mientras el me abrazaba la cabeza. Decidimos caminar por la plaza. Los bancos verdes contrastando con el solado maltrecho siempre hacían de buen escenario para alguna charla. mientras caminaba, le contaba un sueño que tuve la noche anterior, en el que los dos éramos uno, un mismo cuerpo, un mismo bombín cuando de repente y por la poca atención que los funcionarios le prestan a las plazas que no son céntricas, me tropecé con una baldosa salida, y los dos caímos sobre el pasto del cantero al mismo tiempo que a el se le salio el bombín y el viento, con toda su astucia para jugar con quien menos lo espera, se lo voló y detrás de el salio mi querido hombre corriendo.

Siempre desee despedirme, porque a pesar de las diferencias, uno le toma cariño a lo que lleva en la cabeza por tanto tiempo. Fue difícil volver a acostumbrarme a vivir solo, a caminar solo, a almorzar solo. Es verdad, el cambio favoreció mi economía personal, la espalda ya no me dolía y nadie volcaría vino en mi frente cuando estornudaba durante la cena. Pero también lo entiendo, para un hombre es muy importante su sombrero, es una extensión de su cuerpo, si la cual no podría saludar a las muchachas en la plaza principal, actividad central para cualquier tardecita de pueblo.

Los años pasaron sin pena ni gloria. De la búsqueda desistí casi antes de comenzarla, al no encontrarle sentido alguno porque de por si, ¿quien podría entenderme al momento de preguntar por el paradero del hombre que habito entre mi pelo? El ultimo mes, viaje a mi ciudad para votar. Siempre me había abstenido presentando certificados de distancia, enfermedades raras o simplemente quedándome dormido. Pero en este último tiempo me interese más que nunca por la política. El padrón me dirigió a la Escuela nº8, y a una fila muy larga, que se enredaba con ella misma, convirtiéndose por momentos en un infinito, y en otros, en una única masa humana. Todos con su libreta en la mano, y cigarro entre los labios discutían sobre que lista aumentaría los salarios o cual estaba aliada a su sector social. Pero yo no podía seguir el hilo de ninguna voz, sobre todo en el momento en el que al fondo del pasillo vi un bombín negro, impecable, que salía del cuarto oscuro, mesa 5432, depositaba el sobre y se iba, lentamente se iba. No atine en moverme. Ya muchas veces me había pasado correr desesperadamente a desconocidos confundido por algo tan común como un sombrero. El presidente de mesa me llama la atención y me recuerda que vine a votar. Paso al cuarto oscuro. Al cerrar la puerta comencé lentamente a recorrer las boletas, una por una, leía el partido y los candidatos, así sucesivamente con cada partido, con cada cargo hasta que me detuve en una diferente. Solo eran 3 hojas de papel amarillento, escritas con perfecta caligrafía manuscrita, La sigla P.A.N. en la parte superior, con letras gruesas y negras y el nombre de mi amigo del Bombin debajo. Me sonreí, hasta puedo decir que me sonrojé. Sin dudarlo metí una copia en mi sobre y lo voté

Si no encontras la flor por estos días, me voy a arriesgar a pararme cerca del río, meter las manos en los bolsillos y dejar que se me vuele el sombrero para poder cortar alguna otra y mientras caminas por la plaza, sin que te des cuenta, te la voy a dejar en el bolsillo, para que te lo perfume y también a tu pañuelo con ese olorcito a té que tanto nos gusta.





Una idea que guarde de una charla con alguien que dista totalmente de mariano. Seguramente viaja este cuento con una mochila de errores que quiero descubrir pero estoy cansado para ponerme a corregir mas de lo poquito que hice.

Espero que este blog vuelva a funcionar como otras veces

hasta luego

3 comentarios:

Franchi dijo...

Primera leída, ya me gustó mucho. Me marea un poco el título, pero supongo que debe tener algún significado que se me escapa... creo que es un cuento del que se puede sacar mucho, mucho, y bueno, ya le pegaré otra leída para poder opinar más. ¡Muuy bueno!

Ignacio dijo...

me saco el sombrero ante tu capacidad de delirio! clap clap

Tano dijo...

Asombroso, en el transcurso de la lectura no lo entendía muy bien, pero al final yaera mas claro. Magistral, escrito como un maestro de las palabras.
Al igual que Franchi algo del significado se me escapa.
Bravissimo!!!!