martes, julio 29, 2008

Sinfonía de una búsqueda

Si, ya se, no respete los colores tradicionales, pero era necesario. Les recomiendo leer lo que sigue mientras escuchan Lost in Space o The Scarecrow, ambos de Avantasia, de acuerdo a que tan rápido lean. Yo lo hice mientras lo releía, quedó interesante.



Sentado bajo un árbol, a la orilla del rio, la mirada concentrada en el tablero. Este parecía ser un juego de ajedrez, pero era infinitamente más complejo. No era capaz de decir sin en todo aquel tiempo que llevaba jugando había disputado una sola partida o varias.


Entonces, mis hombres aparecerán desde las orillas del bosque, cargando ferozmente contra las puertas de la ciudad, que no podrán resistir el ímpetu del asalto, y vencidas franquearan el paso a mis valientes. Y yo, capitán victorioso, hallaré en la torre lo que tanto busqué…

Pero no, no estoy narrando la historia como corresponde. Debería empezar por el principio.

Debo decir entonces que hace diecinueve años fui coronado rey de este mundo. Durante mi reinado estas tierras han visto tiempos difíciles, pero siempre hemos logrado sobrellevarlos. Ahora bien, el comienzo de esta historia se remonta a algunos años atrás, o tal vez, el problema existió desde siempre y yo solo lo entendí por aquel entonces. Poco importa, la cuestión es que mi reino está sumido en la oscuridad. No una oscuridad impenetrable y desesperanzadora, tangible, sino más bien la oscuridad que no es más que la falta de una luz intensa que se anime a espantarla, aquella que reina en la hora que precede al alba.

No, definitivamente no nací para narrar historias. No creo estar explicándome con claridad. Haré lo que pueda de acá en más. Prosigo: tan pronto como descubrí el mal que se extendía por mi querido mundo, supe también cual era la solución. Los profetas de mi corte extendieron su veredicto: debía encontrar una joya digna de mi reino (nada supieron detallar de su naturaleza), y cuando esta brillase altiva, engarzada en mi cetro, las sombras perecerían.


Las reglas se asemejaban a las del milenario juego, pero no eran las mismas. Su objetivo era conquistar la reina rival, y fichas perdidas podían ser recuperadas, dadas las circunstancias.


Así comenzó mi gran búsqueda. Por los confines más alejados de mis dominios, y fuera de ellos, en parajes recónditos, busqué y busqué. Muchas veces fui engañado y creí estar cerca de encontrar lo que anhelaba, o al menos saber donde se hallaba. Todo lo que por aquel entonces consideré grandes aventuras resultaron ser, a la luz de los eventos posteriores, un prefacio ingenuo de lo que tendría lugar más tarde.

Finalmente, una noche se me reveló en sueños que una esmeralda soberbia era custodiada celosamente en una fortaleza en el inhóspito Norte, el anhelado Norte. Hacía allí conduje mi ejército, hasta el extremo septentrional del mundo conocido.

Los reportes de mis exploradores afirmaban que el reducto era pequeño, pero extremadamente bien defendido. Al llegar comprobé que estaban equivocados: la plaza era prácticamente inexpugnable. Decidí no obstante asaltarla, pero no siendo un hábil general, mis órdenes fueron dubitativas, nuestros ataques timoratos. Nuestra falta de ímpetu, sin embargo, fue un factor a nuestro favor: demoramos nuestra inevitable derrota, y el asedio, que a ojos de muchos se prolongó por una eternidad, se mantuvo en pie por espacio de dos años. No hubo grandes batallas ni enfrentamientos frontales.


En un principio, solo comprometió en el ataque a sus peones, haciéndolos avanzar tímidamente. No hacía grandes progresos, pero tampoco asumía riesgos. Así se desarrolló el enfrentamiento por interminables horas.


En el ínterin, cuando nuestro patético asalto sobrevivía aún, con fútiles victorias, recibí una invitación: una pequeña aldea decía poseer lo que yo deseaba y me instaba a ir a buscarlo. Ebrio de ansiedad, olvidé nuestra ofensiva y guíe un grupo pequeño hasta el poblado. Las puertas se abrieron a mi paso, solo para cerrarse a mis espaldas poco después. Había sido vilmente traicionado, y mis enemigos cayeron sobre mí.


Súbitamente, decidió intentar un lance arriesgado, y movió rápidamente su alfil, que, orgullosamente erguido, amenazó el flanco rival. La siguiente movida de su rival le demostró que había sido un error. Jaque.


A duras penas mis tropas me salvaron del desastre, y me transportaron, herido de muchas heridas, hasta nuestro campamento en el norte. Allí, mientras sanaba lentamente, comandé una vez más el eterno ataque sin alma, y decidí que el poblado traicionero debía ser condenado al olvido.


Necesitó muchas movidas para recuperarse de su desliz. Cuando finalmente logró retornar a una posición equilibrada, continuó con su lenta carga con sus peones. El fracaso de su anterior intento lo hacía dudar.


En esa segunda etapa de nuestro ataque sobre la fortaleza nórdica, realizamos hazañas dignas de ser cantadas por bardos de tiempos por venir. A decir verdad, nuestra ofensiva no fue más decidida y realizamos pocas excursiones, pero el mero hecho de sobrevivir todo aquel tiempo, cuando nuestras chances de triunfar eran nulas, merece ser recordado.

Eventualmente, el día inexorable de nuestra derrota llegó, y ordené la retirada a quienes aún sobrevivían. No les reproché que festejaran.


Lenta, muy lentamente, fue entendiendo que esa línea de acción no lo acercaría a la victoria, y fue reuniendo el aplomo necesario para intentar un ataque por otro frente.


En el largo camino de regreso, siempre atentos de encontrar noticias de alguna otra joya comparable a la que no habíamos logrado conseguir, se fueron sumando a nuestras diezmadas filas muchos hombres, aunque no tantos como habían perecido ante el invencible fuerte.

Algunos meses después, fueron llegando a mis oídos crecientes rumores de la posible existencia de una alhaja exquisita, en una ciudad aliada del Oeste. Irónicamente, esa misma ciudad había enviado mensajeros, mientras aquella nefasta excursión al poblado traicionero, expresando que deseaban ser parte de mi Imperio. Ocupado (y herido, luego) como lo estaba, no fui capaz de dar una respuesta positiva, y menos aún de hacerme presente en la ciudad para tomar posesión, como se esperaba de mí.

Permanecieron como aliados nuestros, pero al llegar a sus puertas, pretendiendo ahora sí reclamarla para mi Corona, entendí que la oferta ya no estaba en pie. Sintiéndose despreciados, habían buscado la protección de otros feudos. A los pies de la muralla acampaban las huestes de un joven general, que aunque lejos se encontraba de estar a mi altura, era un obstáculo más a la hora de batallar.

Resuelto esta vez sí a combatir con decisión, formé mi ejército de réplicas de mí mismo. Mis hombres (no tan numerosos como antes pero más experimentados y curtidos) contemplaban la ciudad con orgullo y codicia mientras pasaba revista de mis filas. Desplegué todo mi arsenal de hechizos y colores, y a la cabeza de mis batallones comandé la gran batalla.

En un primer momento, pareció que la celosa defensa de las fuerzas del joven general prevalecería. Pero pronto el cerco de puntiagudas lanzas fue quebrado, y mis guerreros aplastaron las filas del pobre imbécil.

La balanza se inclinaba en apariencia a nuestro favor, y por primera vez la victoria se mostraba cercana. Las olas de la batalla me empujaron contra las puertas. Creí ser capaz de proyectarlas al olvido con un potente hechizo, y demasiado pronto revelé mi secreto más protegido.


Abrió su flanco izquierdo, dejando que su otro alfil se deslizase ágil por las casillas. Hizo avanzar a su Rey. Una torre menos para su rival. Jaque.


El contra hechizo fue terrible. Pulverizó impiadosamente todas mis tropas y yo caí como muerto al pie de las puertas que no habrían de abrirse.

Yací malherido perdiendo noción del tiempo. Días, tal vez semanas, se sucedieron sin que pudiese moverme. Cuando pude levantarme al fin, me alejé rengueando cabizbajo de aquel lugar. En una fugaz visión, había entendido que los rumores eran infundados.

Pronto entendí también que de alguna manera la violenta magia había afectado mis ojos. No percibía las cosas como antes y me costaba apreciar lo bello, como si un velo nublase mi visión.


Pero como si tantas jugadas prudentes hubiesen acumulado ansiedad en su interior, su ataque ahora había sido demasiado precipitado. El alfil cayó destrozado por la reina rival, la balanza se daba vuelta y ahora el jaque pesaba sobre el ejército propio.


Deambulé sin preocuparme por el rumbo por aquellos parajes occidentales y a medida que iba sanando me acompañaban en mi camino más y más guerreros. Arribé con una gran fuerza a una ciudadela bonita y sencilla que, para mi sorpresa, no conocía, a pesar de que las tierras occidentales no solían tener secretos para mí. El camino en aquellos lugares se abría paso a través del bosque a base de contradicciones e, indeciso, daba uno y mil rodeos. Así, aunque habíamos peregrinado por varios meses, sospechaba que, a vuelo de cuervo, aquella ciudadela no distaba mucho del emplazamiento de mi última derrota.

Cuando aún no estábamos a tiro de piedra de las murallas, a través de las arboles vi una suave luz, a través de una ventana de la torre.


Solo él supo siempre de donde provenía. Aquella noche de domingo la vio caer en silencio desde el firmamento. Difícil es decir como reparó en su caída, tan discreta y elegante como fue.

Al tocar tierra sus ojos lo encontraron, y con una sonrisa única pareció invitarlo a seguirla. Intentó con todas sus fuerzas rechazar esa invitación. La sensatez le decía que era peligroso aceptar.

Vanos, vanos en verdad fueron sus esfuerzos. Una fuerza abrumadoramente más poderosa que su voluntad parecía arrastrarlo hacia ella, y debió contentarse con refrenar sus pasos, tratar de avanzar con prudencia.


Acampamos bajo el refugio de los últimos arboles del bosque. Algo en esa ciudadela despertaba mi curiosidad, y decidí que aquel sería tan buen lugar como cualquier otro para recuperar mis fuerzas y esperar novedades. Con ese último fin envié espías a todos los puntos cardinales.

Esperé algunas semanas su regreso, y mientras tanto fui conociendo los secretos de aquella plaza. Supe pronto que estaba gobernada por una bellísima dama, a quien solo veía cuando salía a saludar, una o dos veces, cada fase de la luna. Cada vez que lo hacía sentía por ella una simpatía mayor.


La persecución se prolongó semanas tras días. Sus primeros pasos fueron lentos y dubitativos. Atravesaron una simpática pradera verde, similar a tantas otras que había recorrido, y aún así diferente. Algo intangible la hacía única, pero era tan sutil la diferencia que solo reparó en ella al volver la vista atrás, tiempo más tarde.

Mientras recorrían ese tramo del camino el aún creía ser capaz de contener la fuerza que le arrastraba, y pensaba también que la razón de su travesía se encontraba en la mera curiosidad. Ella, a veces cercana, a veces distante, caminaba ingrávida, libre de preocupaciones, casi ajena a lo que la rodeaba. Cuando ocasionalmente se daba vuelta y lo veía, parecía sorprenderse, y lo alentaba a seguirla con esa sonrisa sin par, obligándolo, inconscientemente, a apresurar el paso.


También pronto entendí que emisarios de varios reinos menores subordinados al mío intentaban por subterfugios persuadir a la Dama, buscando controlar sus dominios. Si bien esa línea de conducta no me agradó, no podía oponerme a quienes eran mis aliados.


Tampoco parecía ella darse cuenta de la negra nube que iba cobrando forma, revelándose como una bandada de cuervos de oscuras alas que se desplazaba a su alrededor. Él tampoco les dio mayor entidad.

El paisaje fue cambiando bajo sus pies, y descubrió que sin darse cuenta, escalaban ahora una admirable montaña. Grande fue su sorpresa al escucharse a sí mismo cantando, cantando a la belleza del objeto de su persecución. Ya por aquel entonces no lograba olvidarse de su empresa ni siquiera por las noches y el recuerdo de su sonrisa se hacía presente a todas horas. También por aquel entonces entendió que la presencia de la negra bandada lo irritaba, y apretó aún más el paso, dispuesto a ahuyentarlos.


Así pasó el tiempo, sin nuevas de mis espías. Una noche, sin embargo, la blanca Dama se hizo presente, y permaneció a la vista esta vez tres días enteros. El hechizo que pesaba sobre mis ojos desde el episodio de las puertas se desvaneció, y el velo fue rasgado, o tal vez un conjuro más potente me dominaba. En todo caso, se reveló ante mí bajo una nueva luz. Más bien, toda ella parecía vestida de luz. Su tez nívea brillaba con calidez, y sus ojos centelleaban como el reflejo de la luna sobre el agua calma.


Lenta y gradualmente el relieve fue cambiando una vez más y ante ellos se fue presentando un bosque espinoso, cubierto por un velo espeso de niebla. Allí ella se detuvo por fin, los ojos de él parecieron abrirse, y pudo contemplarla, admirarla en todo su esplendor por vez primera. Vestía su color preferido, erguida con el porte de una hija de reyes. Ninguna joya del mundo puede compararse con el brillo de una estrella, y aún consciente de su falta de originalidad, se dijo a sí mismo que de la misma manera ni el oro más fino que se conozca podía compararse con el de sus cabellos. Sus ojos refulgían destellos de azul regocijo, y él descubrió que ninguna palabra le podría hacer justicia a su deslumbrante sonrisa.

Se supo perdido. Ignorarla ya no era opción, sabía que estaba condenado a no poder olvidarla.


Hipnotizado, comprendí que Ella era una maravilla por encima de las joyas de la tierra. Ordené a mis tropas que se preparasen, y me recosté contra un árbol, mis ojos fijos en Ella.


Suspiró, y de dispuso a reordenar su tambaleante posición. Esta vez lo hizo con más eficacia, y aunque en su intento anterior no había logrado abrir una brecha en las defensas enemigas, no dudaba más.


Mis legiones se formaron en silencio. Sin romper ese silencio se arrojaron con valentía contra las murallas de la ciudadela. Con desesperación, contemplé como se estrellaban como una ola furiosa contra un precipicio rocoso, sin hacerle daño alguno. Mis filas fueron destrozadas, era el final antes del verdadero principio.

Desperté agitado, aún al pie de aquel árbol. Había sido una advertencia: el ataque frontal, al menos por ahora, era inútil. Sería una batalla difícil y delicada, un mínimo error podía ser fatal. Sin embargo, las derrotas vergonzosas del pasado no habían sido estériles. Soy ahora un general más sabio y astuto.

Comandé que las tropas permaneciesen ocultas en el bosque circundante. Estableceríamos un sitio paciente, al amparo de los arboles, y realizaríamos pequeñas y calculadas excursiones buscando desgastar las defensas, y recordar nuestra presencia a los defensores, sembrando la duda en sus corazones.


Se vio tentado a reclamarla para sí, a lograr que su luz fuese suya y de nadie más. Nadie la apreciará como él, se decía a sí mismo. Pero el sentido común le decía otra cosa, lo atosigaba con interrogantes. ¿Se puede impedir que una estrella sea contemplada por muchos, aunque no la admiren como uno? ¿Es legítimo que alguien se adueñe de su brillo?

“¡Por supuesto que es legítimo!”, respondía su lado egoísta. “¡Yo la vi primero, solo yo entiendo su verdadero valor!” “Y aún así… ¿te está permitido? ¿Vale que te distraigas persiguiéndola, a pesar de tus responsabilidades?”. Llegado a este punto, su costado insensato permanecía en silencio.

“¡La merezco más que nadie!”, exclamaba luego, a falta de una mejor respuesta. “¿Existe hombre alguno que merezca el favor de una estrella? ¿No deberías olvidarla?” Y así, en esas líneas, el dialogo se iba eternizando, repitiéndose una y otra vez los mismos argumentos.

Sufrió en silencio mientras su mirada permanecía fija en ella, la incertidumbre desgastándolo de a poco.


Preparó para un nuevo ataque a todas sus fuerzas. En su mente aguda imaginó las siguientes movidas: involucraría todos sus recursos en el ataque, sin descuidar la defensa; en lugar de concentrarse ciegamente en la Reina rival iría enfocándose una por una en las fichas que la defendían; y solo cuando el golpe final fuese inminente arriesgaría a su Rey. Imaginaba detalladamente los movimientos a efectuar.


Empero, cuando no llevábamos más de una semana de esta rutina, mi mente ya se encontraba inquieta. No dudo que la estrategia sea inteligente, pero soy un ser por naturaleza impaciente. El tiempo empleado esperando se me hace tiempo perdido. Además no tengo la certeza de que retener mi ejército en un asedio que puede prolongarse indefinidamente sea lo correcto. Deben cumplir otras responsabilidades, también. Como si fuera poco, no sé que pensaran mis aliados si triunfo. Es verdad, mis espías me han revelado que esos intentos de conquista los realizan en diversas ciudades, buscando que alguna, cualquiera, caiga bajo sus engaños. Sé entonces que el interés por la pequeña ciudadela no es genuino, pero aún así pienso que se sentirán engañados si prevalezco donde ellos fracasaron. Cuánta razón tienen quienes dicen que la vida es un complicado juego de ajedrez.


De todas maneras, él sabía que sus dudas eran estériles, sus maquinaciones vanas. Ella, y sólo ella podía decidir a quién iluminar con su luz, y él solo podía hacer su mayor esfuerzo por ganarse su favor. Se dispuso entonces a obrar de esa manera. La lucha dependería de él. La victoria o la derrota, no.


En cuanto al final de esta historia, solo puedo imaginarlo. Tal vez sea derrotado sin siquiera intentar el asalto final. Tal vez ese asalto sea innecesario, y la ciudadela nos franquee el paso de buen grado. El desenlace que más imagino, sin embargo, es uno solo. Mis hombres y yo, una vez que el desgaste allá tenido efecto, atacaremos con bravía y lucharemos con ardor, las murallas no podrán detenernos, y al pie de la torre encontraré, sonriente, lo que busqué tanto tiempo.

No puedo predecir el final de la batalla, no, pero sí estoy seguro que si triunfo demostraré que los profetas estaban equivocados. Ella, la blanca Dama, princesa del Oeste, destruirá la tristeza que nace de un trono vacio, y con Ella a mi lado como reina de mi mundo, las tinieblas desaparecerán en el olvido.


Sonrió. Sí, era una buena estrategia. Adelantó su mano, tomó su ficha, y comenzó su juego…



Un juego de ajedrez, una persecución, y las invenciones épicas del perseguidor. O tal vez una historia épica, y los relatos metafóricos de su protagonista. O incluso... bue, interpreto que entienden la idea...

En fin, tres relatos que hablan de una misma búsqueda. Es una historia inconclusa, porque mi búsqueda también lo es.

1 comentario:

Facu dijo...

me gusto! es mas que interesante!. Aparte creo que el ajedrez es un juego del cual se pueden exprimir infinitas historias(http://elcirculoredondo.blogspot.com/2007/12/las-plazas.html)
lo que me por ahi no me gusto tanto fue el tema de los colores. Entendi que era para diferenciar las tres historias, pero siento como que cada historia sin os colores iba a sobresalir por si misma.
Despues tambien, pero esto ya es mas que personal, el sentimiento de que el ajedrez es una batalla (en realidad lo es) hace que la historia verde y la roja se me hicieran una, como que la roja eran solo acotaciones de aquel militar, encambio con la azul no me paso, al contrario, la senti lejos pero a la vez cerca. Y a esto ultimo es a lo que iba: creo que cuando se tratan varias historias en un mismo texto esta bueno que sean bien diferentes a pesar de lo que las una. Para no perder la costumbre dejo recomendado un texto de cortazar que es ¨La Noche Boca Arriba¨ y se me ocurrio otro mas pero no me acuerdo el titulo.
un abrazo
y a escribir!